En la portada de uno de los discos del legendario cuarteto de Ornette Coleman —gran libertador del jazz y extraordinario saxofonista alto fallecido hoy a los 85 años de un paro cardiaco en Manhattan—, se veía a los miembros de la banda mirar a cámara con ademán desafiante bajo un título rotundo:This is Our Music. Aquella era su propuesta y solo quedaban dos opciones: embarcarse en la revolución estética o dejar pasar el tren del progreso.
Han pasado 54 años, y aquella música suya, convulsa y perturbadora, suena ya con el tranquilizador aroma de los clásicos. En el día de la desalentadora desaparición del último superviviente de aquel irrepetible conjunto sin piano, que completaban Don Cherry, Charlie Haden (1937-2014) y Ed Blackwell(1929-1992), This is Our Music aún hace justicia a la segunda composición del álbum: Beauty is a Rare Thing. La belleza siempre fue un asunto raro en manos de uno de los músicos más importantes del siglo XX, gracias a sus experimentos con el ritmo y la armonía. Como buen ejemplo de ello puede servir la temprana Lonely Woman,tal vez una de las canciones más tristes y bonitas del mundo.
Cuando los conservadores años cincuenta tocaban a su fin, el saxofonista había sacudido los cimientos del edificio del jazz tradicional con la ayuda de Cherry (1936-1995) en discos comoSomething Else!!!! (¡con cuatro exclamaciones!) o Tomorrow is the Question! Iconoclasta trompetista, Cherry, otro grande del género, fue el inseparable amigo que remó en la misma dirección desde las primeras correrías de ambos en los garitos de Central Avenue, en Los Ángeles, donde la pareja probó pronto la amargura de la incomprensión.
Se puede discutir tan incansable como inútilmente sobre la paternidad de aquello que se dio en llamar free jazz por su afán de liberar el género de sus corsés y llevar un paso más allá la revolución del be bop de Charlie Parker o Thelonious Monk. Lo cierto es que las composiciones de Coleman, como las improvisaciones de Cecil Taylor, los arreglos orquestales de Sun Ra, el lirismo de Eric Dolphy o los primeros viajes fuera de este mundo de John Coltrane (con quien Coleman se mediría en un disco titulado The Avant-Garde)abrieron tantas puertas como cerraron las ventanas del provecho económico y la supervivencia para una legión de músicos que, en Nueva York, Chicago, París, Estocolmo o Berlín, practicaron una religión tan devota de lo nuevo que hubo quien no encontró mejor manera de definirla que The New Thing.
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